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Divulgación de opinión, ensayos, artículos y reseñas realizadas por estudiantes de la Universidad del Bío-Bío

La validez y credibilidad en las ciencias sociales


A todo objeto de estudio se le asocia como aquello otro por estudiar/conocer. Como aquello otro distinto/distante del sujeto, a quien por cierto se le atribuye el actuar con propósito de conocer al objeto. De hecho, de la relación entre objeto y sujeto se establecen las diversas miradas de tipo Epistemológico, es decir, de aproximación pertinente a la «realidad». Aquí subyace el supuesto socializado de que el objeto de estudio esta dotado de determinadas propiedades que le hacen demarcable, situable, para ser conocido entonces mediantes técnicas. 

Pero, ¿cómo saber cuáles son esas propiedades? ¿cómo demarcar las coordenadas de mi objeto de estudio? en fin, ¿cómo saber que estamos frente a un objeto de estudio? 

  1. Las propiedades de aquello por conocer no están allá afuera para que ir a recogerlas. Es decir, materialidad, significación e historicidad del mundo social no existen por sí y para sí, sino que es el sujeto que conoce quien debe situar y/o asignar propiedades a la «realidad» que desea conocer. Respecto a esto ya sabemos que existen sendas tradiciones que van desde la mirada empírico-analítica hasta la sociohistórica. 
  2. Como la realidad supone todo lo dado, lo no dado y lo posible es el sujeto, nuevamente, quien ha de construir el objeto que desea conocer. Esta construcción de objeto no se remite a un momento fundacional de la investigación, sino que es un proceso que se cierra sólo al término de la misma
  3. No hay objetos de estudio por disciplinas, sino más bien objetos de estudio definidos por lo propio (dominio y pertinencia, pero por sobre todo motivación por su conocimiento) y por lo ajeno (pericias procedimentales aplicadas…o bien, despliegue de técnicas por encargo).

Como sea, el objeto de estudio es un constructo de exclusiva responsabilidad del sujeto, ya sea que éste lo presente desde dentro de sí o desde fuera de sí. La centralidad del objeto, sus requerimientos para conocerle, es lo que en definitiva le posiciona en un paradigma u otro, o bien, en niveles articulados e integrados de metodología.

Por otra parte, toda investigación ha presentar validez conceptual, procedimental, contextual. Esto exige diversos resguardos a los que todo investigador debe atender. Se le define como la mejor aproximación posible a la veracidad de las proposiciones (Campbell, Stanley, Cook, en Balluerka; 1999; 17). 

En términos generales un estudio válido es aquel que dispone de una batería instrumental capaz de dar cuenta efectiva de su objeto de estudio; que conozca lo que se propuso conocer, que mida lo que se propuso medir. 

En la literatura metodológica cuantitativa, en particular la dedicada a diseños experimentales, abundan en la precisión del concepto, identificando distintos tipos de validez. Está la validez de conclusión estadística, la que da cuenta de la correcta inferencia de la hipótesis a nivel estadístico, de relación entre variables, que busca resguardar de los denominados errores de tipo I y II (presentar relaciones donde no las hay, o bien ignorar relaciones donde sí las hay). Aquí un estudio válido es aquel cuyas conclusiones son significativas en los efectos concluidos. Otro tipo es la validez interna, más profusamente conocida entre los científicos sociales, que da cuenta de la certeza que las variaciones en una de sus variables dependientes se debe única y exclusivamente a las variaciones de la variable independiente. Esta validación trata de despejar las dudas razonables que eventualmente atribuyan las variaciones a una tercera variable ignorada, no considerada. De hecho las investigaciones cuantitativas conciben como una amenaza a la validez interna de un estudio a la historia. La exigencia de ésta validez interna recae entonces en controles internos que, en exhaustividad, permitan descartar una incidencia ajena a las establecidas en el estudio y que perturben la “explicación” causal. 

Como se aprecia, la lógica de control de la validez interna (propia de diseños experimentales) no aplica a las definiciones cualitativas de realidad, ni a sus propósitos comprensivos, interpretativos. Para ello no podemos controlar la incidencia de una variable que provoque o no cambios en otra. De hecho, eso no es relevante.

El control interno en una investigación cualitativa descansa más bien en su credibilidad (Valles; 1997, en Lago y cols; 2003, 29). Esta credibilidad interna se obtiene mediante operaciones mixtas, combinadas, de triangulación de datos, de técnicas, de investigadores, es decir, recae en la articulación de diversos recursos técnicos que neutralizan la mera ocurrencia o lucidez del investigador de turno.
Siguiendo con la validez desde el prisma cuantitativo encontramos la denominada validez externa, que es la posibilidad de generalizar lo observado más allá de sus circunstancias de origen de estudio. Según Cook y Cambell (en Balluerka; 1999, 112) esta posibilita la generalización de resultados obtenidos de una muestra a sujetos, contextos y momentos, a partir del requisito de la definición de la población objetivo original (dentro del mismo “target population”). Esta validez externa sitúa la salvaguardia en los procedimientos utilizados para la selección de la muestra, lo que supone una selección aleatoria, probabilística, que asegure representatividad de la población para su posterior generalización.

Este aspecto pone en entredicho a la investigación cualitativa, toda vez que se entiende que la intencionalidad en la selección de la muestra es una “amenaza” a la validez externa y a la generalización de los resultados. 

La lógica cualitativa, sin embargo, exige de informante claves, seleccionados por tanto en base a criterios y con el propósito de obtener información rica en contenido y significación, por lo que la aleatoriedad no le sirve. La validez externa muta entonces hacia un criterio de transferibilidad, en donde el sentido emergente a la luz de las categoría establecidas permitan (re)construir y transferir los aspectos relevantes a contextos similares, en reconocimiento de heterogeneidad y accesibilidad.
Finalmente, existe la denominada validez de constructo, que hace referencia a la interpretación teórica, a la inferencia sobre fenómenos no observables a partir de fenómenos observables a través de indicadores. Esta validez es tal vez la más importante, porque su exigencia trasciende el uso que se le de al método. La rigurosidad en atención al constructo esta dada por la necesaria reflexión teórico-conceptual para la definición de una variable/categoría, puesto que un mismo constructo puede ser observado por distintos investigadores con diversos indicadores, o bien, un mismo indicador puede ser evidencia de distintos constructos.

El problema es que un constructo teórico puede no ser definido exhaustivamente lo que dificulta su operacionalización, lo que impide saber a un tercero si el investigador, con todo su despliegue instrumental, está o no conociendo su variable/categoría.

Otro problema recae en la insuficiente problematización, revisión de antecedentes empíricos, que por tanto omiten las interrelaciones existentes entre distintas operacionalizaciones (Balluerka, 1998, 97). 
Los criterios de calidad de una investigación que integre metodologías han de atender entonces a diversas exigencias, tanto en el plano de la fiabilidad como de la validez, tanto en auditabilidad como en credibilidad.
La razón para esto es la necesaria consistencia que el uso del método ha de tener para que el conocimiento resultante sea finalmente socialmente aplicable.
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Referencias: 
1. Balluerka, Nekane. 1999. Planificación de la Investigación: la validez del diseño. Amarú Ediciones, Salamanca-España. 

2. Lago, Silvia; Gómez, Gabriela; Mauro, Mirta coord. 2003. En torno de las metodologías: abordajes cualitativos y cuantitativos. Proa XXI Editores, Buenos Aires-Argentina.

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